Santa María Guadalupe García Zavala, Madre Lupita - 24 de junio

«Ángel de los enfermos, la mexicana Madre Lupita era humilde, sencilla, caritativa. Supo hacer frente a los difíciles momentos de persecución religiosa. Auxilió a sacerdotes y militares que, agradecidos, defendieron a la comunidad»

Madrid, 23 de junio de 2015 (ZENIT.org) Isabel Orellana Vilches | 0 hits

En esta festividad de la natividad de san Juan Bautista, entre otros, la Iglesia celebra a esta santa mexicana, entrañablemente conocida como la «Madre Lupita». Nació en Zapopan, Jalisco, el 27 de abril de 1878. Sus padres habían logrado establecer su negocio de productos religiosos en un lugar estratégico: enfrente de la basílica de Nuestra Señora de Zapopan, y, por tanto, objeto de atención de viandantes y de los fieles que acudían a ella; con este comercio obtenían lo suficiente para criar a su numerosa familia compuesta por ocho hijos. La privilegiada ubicación del mismo hizo que la pequeña Guadalupe pudiera acceder al templo fácilmente; era uno de los lugares a los que solía acudir. Tuvo una catequista excepcional: su tía Librada Orozco, sierva de Dios, fundadora de las Franciscanas de Nuestra Señora del Refugio, quien la preparó para recibir la primera comunión. Es probable que ella tuviese gran influjo en su marcada inclinación hacia los necesitados.

La tienda familiar les permitía vivir sin ahogos, con relativa holgura, pero no podían permitirse extras. De modo que, al tiempo que cursaba estudios elementales, Guadalupe aprendió a coser. Había constatado que no tenía cualidades para la música, que le hubiera gustado dominar. En cambio, era muy hábil manejando la aguja y las tijeras, y se desenvolvía maravillosamente con las telas. Los suyos se establecieron en Guadalajara cuando ella tenía 20 años. Allí comenzó su noviazgo con Gustavo Arreola, y se prometió en matrimonio a los 23. Pero la idea de construir un hogar junto a él se disipó de improviso cuando estaban inmersos en los ajetreos de la boda. Entonces experimentó con fuerza la invitación de Cristo para abrazarse a la vida religiosa. Siempre había sido piadosa, y se dejaba aconsejar espiritualmente por su tía Librada. Incluso estuvo dispuesta a ingresar en su Orden.

Por esas fechas, el siervo de Dios, padre Cipriano Íñiguez Martín del Campo, sacerdote diocesano, hombre preparado, dinámico y muy sensible al dolor ajeno, había tenido la impresión de que debía crear una fundación para atención de los pobres y enfermos. Era el director espiritual de Guadalupe, y había acogido con gozo su inquietud espiritual decantada hacia actos de caridad, en una línea similar a la seguida por él. Además, bajo su amparo la santa realizaba una especie de voluntariado a través de la Conferencia Beata Margarita, una rama de la Conferencia de San Vicente de Paúl, a la que se había afiliado en 1898; tenía como objetivo la asistencia a los enfermos. Así que, siendo conocedor el sacerdote de la responsabilidad y espíritu de entrega que la joven mostraba hacia ellos, la animó para que se uniese a su proyecto y coordinara lo relativo a la institución de las «Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres».

El carisma: «La entrega incondicional y alegre en el ejercicio del amor misericordioso a semejanza de Cristo, que se hace presencia en los más necesitados», fue encarnado fielmente por la «Madre Lupita». Y eso que los inicios de la fundación, como suele ser habitual, se caracterizaron por momentos muy dolorosos: sacrificios, incertidumbre y numerosas carencias, a las que se unió la tragedia de la Revolución en 1910, y la Cristiada de 1926. Ella misma fue recluida junto a otra religiosa durante tres días quedando al cargo de un alto mando militar, quien, al liberarla, manifestó: «Tienen una superiora muy santa».

Con humildad, sencillez y caridad, se propuso imitar a Cristo. Confiando en Él, crecía en la vivencia heroica de las virtudes. Trataba a los enfermos con ternura, depositando en ellos su piedad. Aparte de sanar sus cuerpos, se preocupaba de su vida espiritual. Le tocó vivir una época difícil, caracterizada por una hostilidad manifiesta del gobierno contra cualquier elemento religioso. Los católicos sufrían las consecuencias de esta dolorosa situación que comenzó hacia 1911 y se prolongó durante varias décadas, a pesar de que fueron reemplazándose los responsables políticos del país. Guadalupe procuró que en el hospital de santa Margarita estuviese encendida siempre la llama de la fe en Cristo. Tuvo que ingeniárselas para custodiar la reserva eucarística sin levantar sospechas de los militares; un día se cruzó con algunos portándola bajo su pecho, y musitó quedamente: «Cuídate, Señor, cuídate».

Era una mujer valerosa, tenía dotes de mando, y una sabiduría para afrontar cualquier circunstancia de forma juiciosa. A costa de su vida y la de sus hermanas, acogió a sacerdotes perseguidos, incluido el arzobispo de Guadalajara, monseñor Orozco y Jiménez. No tenía acepción de personas; lo mismo atendía y proporcionaba alimentos a los enfermos y perseguidos, que a los soldados recluidos en un cuartel cercano al hospital. Por este acto caritativo, en un momento dado los militares mostraron su gratitud defendiendo a la comunidad y a los enfermos. En 1935 la designaron superiora general, misión que ostentó hasta el fin de sus días y por la que fue perseguida y hostigada. Abrazó con gozo la austeridad, y para atender a los hospitalizados en una época de graves carencias económicas mendigó por las calles de la ciudad con el permiso de su director espiritual. Durante sesenta y dos años llenó la existencia de todos los desvalidos con los signos del amor divino. Dio a la fundación este lema: «Caridad hasta el sacrificio y constancia hasta la muerte».

Era devota del Sagrado Corazón de Jesús y de María. Se preocupó de que sus hijas se abrazaran a la cruz gustando el amor misericordioso del Redentor. Murió en Guadalajara el 24 de junio de 1963 después de lidiar los dos años anteriores con una grave enfermedad. El padre Cipriano, a quien denominaron «voz de trueno y corazón de azúcar», le había precedido el día 9 de octubre del año 1931, cuando tenía 58 años. Juan Pablo II beatificó a Guadalupe el 25 de abril de 2004. Fue de las primeras en ser canonizada por el papa Francisco el 12 de mayo de 2013.